Vietnam es un país extenso y, por eso, para trasladarse de un lugar a otro, aún dentro de su territorio, es preciso recorrer varios kilómetros en largas jornadas. Tratando de evitar esto, decidimos tomar un vuelo a Đà Nẵng, la mayor ciudad portuaria del centro del país.
Al llegar al aeropuerto y, tras la eterna negociación de una tarifa razonable con los taxistas aguardando con avidez a los turistas, acordamos un servicio al centro de la ciudad, desde donde tomamos un autobús suburbano que compartimos junto con otros locales y extranjeros. En la improvisada terminal de las afueras de Hội An, contratamos ahora los servicios de dos motocilistas que nos llevaron con todo y mochilas hacia el centro histórico donde habríamos de hospedarnos.
El hotel estaba abierto pero la recepción estaba vacía. Luego de anunciarnos en voz alta y dar varios golpes en el mostrador, un soñoliento hombre nos recibió y nos indicó qué habitación era la nuestra. Era un poco tarde para explorar la ciudad, pero habíamos viajado casi todo el día y apenas si habíamos comido algo, así que decidimos salir por cena y nos encontramos con una animada ciudad colonial, llena de restaurantes, cafés, bares y otros lugares de entretenimiento nocturno a lo largo de la ribera del río que atraviesa la pequeña población.
A la mañana siguiente, un nuevo Hội An nos sorprendió. El antiguo pueblo fue inscrito a la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1999, por ser un ejemplo excepcional de un puerto comercial a pequeña escala, activo por 15 o 19 siglos en los que se comercializó tanto con los otros países del sureste de Asia, como el resto del mundo.
La pequeña ciudad refleja la fusión de las culturas indígenas y extranjeras (principalmente de China y Japón, con influencias europeas posteriores) que se combinaron para dar lugar a este ambiente único que sobrevive a pesar del tiempo.
El pueblo comprende un complejo bien conservado de 1,107 edificios de estructura de madera, con paredes también de madera o mampostería, que incluyen monumentos arquitectónicos, estructuras vernáculas comerciales y domésticas, del que destacan un mercado abierto y un muelle, así como edificios religiosos, pagodas y casas de culto familiar.
El emblema de la ciudad ancestral de Hội An es el puente japonés, construido de madera fina, con una pagoda en su interior, que data del siglo XVIII. Los accesos al puente están custodiados por resistentes estatuas: un par de monos en un lado, un par de perros en el otro.
Según una historia, muchos de los emperadores de Japón nacieron en los años del perro y mono. Otra historia dice que la construcción del puente comenzó en el año del mono y se terminó en el año del perro.
Lo cierto es que cada rincón de Hội An está cargado de encanto, magia y una belleza peculiar, y los edificios religiosos no son la excepción. Un buen ejemplo de esto es un bello templete que originalmente servía como un salón de actos tradicionales, y que luego se transformó en un templo para la adoración de Thien Hau, una deidad de la provincia china de Fujian.
Cerca de esta estructura, se encuentra también el modesto templo dedicado a Quan Cong, un general chino estimado que es adorado como un símbolo de lealtad, sinceridad, integridad y justicia.
En el mismo barrio tradicional, se encuentra la pagoda Chua Ong, un lugar dedicado no solo al culto religioso y la meditación, sino que también es un centro cultural destinado a preservar el patrimonio local.
Al continuar con nuestro recorrido por las tradicionales calles de Hội An, nos encontramos con Trung Hoa, uno de los salones de actos más antiguos de la ciudad. Era el hogar de muchos inmigrantes de origen chino, y estaba dedicado a la deidad madre Thien Hau.
El santuario es un lugar de adoración y reuniones donde, además se venera a otras personas, como Confucio, o Yat-Jen hijo, quien fuera líder del movimiento revolucionario chino en el siglo XX, y los soldados muertos en la guerra de resistencia contra Japón.
La tarde iba cayendo y volvimos a pie, siguiendo la trayectoria del río que fluye a través de la antigua ciudad. Oímos un llamado desde una humilde embarcación, donde un hombre de gentil sonrisa nos invitaba a subir a bordo.
Este recorrido es muy común entre los visitantes, pues ofrece otra perspectiva de Hội An, desde las entrañas del afluente que le da vida, en donde se aprecia el barullo de sus pequeñas calles que se inundan cada noche conforme sube la marea, y el colorido de sus lámparas de pantallas de seda, que se encienden a medida que entra la noche, la noche que nos vio llegar y que ahora nos ve partir.
Hasta siempre, Hội An. ¿Hasta cuándo?
Me gustan mucho los colores en el paisaje urbano, invitan a visitar Hoi An.
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Es un lugar realmente hermoso, tengo muchas ganas de volver.
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